viernes, 9 de octubre de 2009

JUAN CARLOS MARECO

Buenos Aires, 8 de octubre (Télam).- El actor, locutor y animador radial y televisivo Juan Carlos Mareco, conocido como "Pinocho", presentador del Topo Gigio y creador de ciclos como "Cordialmente" falleció hoy por la tarde en esta ciudad a los 83 años, informaron allegados, aunque no revelaron las causas del deceso.Mareco, llegado a la Argentina desde su Uruguay natal a fines de los años 40, fue apadrinado en aquella oportunidad por su coterráneo Wimpy, quien lo vinculó a la radio porteña y le puso el seudónimo de "Pinocho", que el artista usó durante décadas.Figura fundamental de la radio y la TV argentinas, Mareco nació el 26 de enero de 1926 en la ciudad de Carmelo, departamento de Colonia, y muy joven ingresó al ámbito radial de Montevideo, donde se destacó como actor, cantante y creador de festejados personajes.En Canal 7 debutó en 1954 con "Gran Hotel Panamá", su primer ciclo en vivo, programa que fue seguido por "La noche con amigos" y "Los amigos del tango". Pasado al Canal 13 condujo "El show de Pinocho", que fue su debut en la TV uruguaya en 1961.Luego de la caída de Juan Domingo Perón fue radiado de los medios argentinos por su supuesto apoyo al mandatario depuesto y debió sobrevivir de la venta de artículos para el hogar, hasta que a fines de la década los canales volvieron a acordarse de él.En declaraciones hechas en 1987, ya con su programa "Cordialmente" en las mañanas de Radio Mitre -también estuvo en Rivadavia- afirmó que se levantaba a las 5 de la madrugada para estar bien informado y que si no leía siete libros por semana no se sentía conforme.Acusado de ser "un adulón" con sus entrevistados, sobre todo si pertenecían al ámbito político, el ex Pinocho se defendía diciendo que en "un país donde existe un grado muy alto de agresividad en los medios de comunicación", alguien como él, que trataba con cariño a sus interlocutores, era visto como algo extraño.Recordó el afecto que el ex presidente Perón le dispensaba y que en los primeros años 50 el líder había dicho: "¿Quién será ese uruguayo que no hace groserías trabajando en la radio y en el Maipo?".Contrariamente al parecer popular, Mareco decía no creer ser "amigo de todo el mundo" y que ese epíteto le molestaba, y que si a alguien le debía algo era a sus siete nietos y a sus cuatro hijos, ya que "nadie me aduló en la mala".La fama de Mareco atravesó el océano y cumplió varias temporadas en la TV madrileña, hasta que en 1966 se radicó en Chile, donde hizo "Casino Philips" en la TV santiaguina. Poco después regresó para secundar al recordado Topo Gigio, que enterneció por Canal 13 a chicos y grandes.Su aparición en el cine fue con "Detective a contramano" (1950), de Adolfo L. Fabregat, filmada en Montevideo, un enorme éxito de la época en el entonces inexistente cine uruguayo, y el mismo año enfrentó las cámaras argentinas con "El otro yo de Marcela", de Alberto de Zavalía, con Delia Garcés y Alberto Closas.Su carrera en el cine no fue copiosa pero incluyó "¡Qué hermanita!", con Olga Zubarry, y "El patio de la morocha", con Virginia Luque, ambas de 1951, y "Su seguro servidor" (1954), tras la cual su carrera se interrumpió.Recomenzó en 1961 con un "pastiche" titulado "Una americana en Buenos Aires", donde debía lidiar con un elenco importado en el que estaban Mamie van Doren, Jean-Pierre Aumont y -menos mal- Carlos Estrada, Guido Gorgatti y Nathán Pinzón.Hizo también algunas películas en España, acompañó al Topo Gigio en "El mago de los sueños" (1966) y sus últimas apariciones en la pantalla grande fueron en el musical "Una ventana al éxito" (1966) y la picaresca "La Cigarra está que arde" (1967), junto a un elenco multiestelar donde estaban Olinda Bozán, Angel Magaña, Zulma Faiad y el también oriental Santiago Gómez Cou.Casado en varias oportunidades, una de ellas con la vedette y actriz Mariquita Gallegos, el artista contrajo enlace en 1988 con Elena Luisa Galtieri, con quien llevaba 13 años de convivencia y resultó la definitiva mujer de su vida.En radio hizo, además de "Cordialmente", el "Kenia Sharp Club", por Radio Nacional, en tanto recibió cuatro premios Martín Fierro (1967, 1968, 1971 y 1972) por sus distintas labores y el Prensario como Mejor Programa Radial de 1984, así como reconocimientos en España y Estados Unidos.Fue galardonado como Ciudadano Honorario del Condado de Dade, Estados Unidos, y nombrado Caballero de la Orden de San Martín de Tours en 1986. También recibió el premio Malvinas, otorgado por el Senado de la Nación en 1987.

martes, 22 de septiembre de 2009

Gracias por las fotos!!!!

Así el blog tiene otra imagen, espero más visitas y aportes, los espero el viernes 25 para practicar a full y recibir la primavera. Abrazos.

Daniel

viernes, 18 de septiembre de 2009

GRUPAL CON LOS ALUMNOS CUANDO EMPEZABAN A CURSAR 1 AÑO. CABE DESTACAR QUE ACTUALMENTE YA NO SE ENCUENTRA "CINTIA".

´HOY CLASE DE LOCUCION HOY

ESPERO QUE LEAN COMO LA GENTE, COMO LA GENTE QUE SABE LEER, POR EJEMPLO MI TIA DE ACAPULCO, Y CACHO EL DE LA GOMERIA.

ESTO ES MUY GRACIOSO, JAJAJAJA!!

lunes, 7 de septiembre de 2009

ENFERMEDAD

Por Pepe Eliaschev 05.09.2009 23:03

Hay un fervor llamativo en la Argentina. Es de los peores, jugo tóxico de un odio cretino y estéril. En el sacrosanto nombre del compromiso militante y en aras de una curiosa pasión social, proliferan palabras y actitudes de intolerancia despreciable.
La otra noche, el empleado público Gabriel Mariotto calificó en Le doy mi palabra al diario La Nación como el suplemento Recoleta de Clarín. Adorador del encono patológico de Luis D’Elía, el jefe del Comfer se regocijó de las pintadas y los escraches contra medios periodísticos a los que el Gobierno declaró la guerra.
Nada ha cambiado desde el desdichado otoño de 2008, cuando la Casa Rosada calificaba de “golpistas” a los productores agropecuarios y los todo-terreno oficiales clamaban contra “la puta oligarquía”. Los sacerdotes de la beligerancia más espesa siguen convencidos de la justicia sublime de sus combates ideológicos.
Un virus poderoso e irreductible se ha aposentado en estas comarcas. Como parte de un plan sistemático e indetenible, desde el poder oficial se estimulan divisiones y heridas. Treinta y tres años después de marzo de 1976, y a más de un cuarto de siglo de democracia, se sigue hablando de la dictadura setentista como si hubiese acaecido ayer. Es curioso y desesperante: al ritmo de la desenfrenada y escandalosamente artificial retórica kirchnerista, cuanto más tiempo pasa desde aquellos años tétricos, más vigentes parecen estar. Es un nuevo y demoníaco teorema: los efectos de aquella dictadura, cada vez más remota, serían cada vez más intensos.
La farsa de la victimización, gélidamente aplicada por el matrimonio reinante, es, además, cruda negación de sus vidas reales: la nomenclatura gobernante se ha ido esclerosando. Son individuos que viven muy bien, privilegian domicilios suntuosos y acumulan patrimonios desaforadamente insultantes en un país ebrio de pobreza e indigencia.
Hasta la notable revista Barcelona, seguramente la creación satírica más fastidiosa e inspirada de estos años, apuñala con admirable coraje las imposturas de una época tétrica, donde el régimen kirchnerista equipara a los goles de la AFA con los millares de desaparecidos de los años setenta. A esa AFA gobernada por el comandante Grondona se le inyecta desde la jefatura de Gabinete la bicoca de 432 mil dólares todos y cada uno de los días de cada año, hasta sumar 600 millones de pesos anuales, maniobra celebrada por no pocos progresistas porque sería algo reclamado por el pueblo.
Persiste y prevalece, mancha de aceite imposible de ignorar, una tesitura oficial de guerra santa, jihad fornida y blindada, en cuyo alcance flamígero caen traidores, vendepatria, oligarcas, procesistas, fuerzas de tareas y comandos civiles.
Domados o amedrentados, cunde en funcionarios y seguidores del Gobierno un miedo estremecedor. Nuevas oleadas del legendario síndrome de Estocolmo bañan las playas nacionales. Enamorados o secuestrados por un poder resiliente y de pragmatismo feroz, mentes otrora críticas se relamen hoy de su condición de cautivos vitalicios.
Pero no son sólo rehenes violados de manera crónica: son también socios favorecidos por la generosidad oficial: la Argentina es ahora una comarca donde Julio Grondona, Estela Carlotto, Hugo Moyano, Hebe de Bonafini, María del Carmen Alarcón y Federico Luppi usan el mismo uniforme y honran a los mismos amos.
División embriagante e incontenible: familias que no hablan de política para no pelearse, amigos distanciados porque quienes avalan lo actuado desde el poder nada quieren saber con supuestos “quebrados”, todo fortalece un clima de apestosa hostilidad. Se advierte mucho de esto en los comentarios pegajosos y sistemáticos derramados por los sitios de Internet.
Este ambiente de cruel enemistad ya no tiene límites y a él han terminado asociándose adversarios del oficialismo que no evitan su propio odio feroz. Por todas partes se percibe la respiración pesada y ominosa del “hay que matarlos a todos”.
Si ese odio y ese veneno desbordado no respetan fronteras y no son patrimonio excluyente del Gobierno, ha sido el régimen kirchnerista quien más hizo para exaltar el valor supremo de una vendetta delirante. ¿O no se pronunció en Plaza de Mayo el 25 de mayo de 2003 aquel electrizante “volvimos”?
Nada de lo que sucede es impune y tampoco será gratis. La Argentina ha retrocedido en el plano de su lenguaje, sus temas y su espíritu comunitario. Una bronca cerril y temible vocifera sus descalificaciones desde los aparatos del poder.
Muchos funcionarios parecen regodearse en esta nueva encarnación de los peores ciclos de intolerancia. El rasgo sin precedentes que marca un salto hacia el abismo, es la intransigencia troglodita de los nuevos dueños de la verdad. Un resuelto ejército de vasallos se apaña en las alas protectoras del poder, convencidos de que el matrimonio de mega millonarios encabeza una justiciera revolución social. En esa tropa seducida por las efectividades del poder oficial, marchan setentistas hoy sexagenarios y empresarios implacables para quienes no es imposible hacer negocios pingües con nadie.
Espinosa paradoja de los tiempos que corren, secuestrados por sus ensoñaciones o tributarios de un pragmatismo colosal, los cómplices de esta época irascible patentizan la profundidad de la pesadumbre nacional.
Acunada por los parteros del desdén y la inflexibilidad, la Argentina ha ingresado en algo muy similar a aquel tiempo del desprecio de la que hablaba André Malraux al evocar las luchas anti nazis en los años inmediatamente anteriores a la guerra.
Jean-Paul Sartre, que se expediría sobre la lacra de una Francia infectada de injusticia y arbitrariedad a finales de los 50 y comienzos de los 60, decía en su mítico prólogo a Los condenados de la tierra de Franz Fanon que su patria había dejado de ser el nombre de una nación para convertirse en el nombre de una enfermedad.
¿Esta Argentina, en vísperas de su melancólico Bicentenario, sigue siendo el nombre de un país factible o es ya el apellido de un odio patológico?
*Visite el blog de Pepe Eliaschev en www.perfil.com

viernes, 3 de julio de 2009

BIENVENIDOS

ESTIMADOS AMIGOS,POR ESTE MEDIO ESPERO TENER CONTACTO CON USTEDES PARA FUTUROS TRABAJOS E INTERCAMBIOS DE MATERIAL, CONSULTAS U OTROS MOTIVOS QUE CREAN IMPORTANTES, MI SALUDO.

DANIEL